jueves, 23 de abril de 2015

SAN MIGUEL ARCANGEL


San Miguel Arcangel: Protector de Almas










HISTORIA




La tradición cristiana nos dice que San Miguel Arcángel es uno de los siete arcángeles y está entre los tres cuyos nombres aparecen en la Biblia. Los otros dos son Gabriel y Rafael. La Santa Iglesia da a San Miguel el más alto lugar entre los arcángeles y le llama "Príncipe de los espíritus celestiales", "jefe o cabeza de la milicia celestial". Ya desde el Antiguo Testamento aparece como el gran defensor del pueblo de Dios contra el demonio y su poderosa defensa continúa en el Nuevo Testamento.






El mismo nombre de Miguel, nos invita a darle honor, ya que es un clamor de entusiasmo y fidelidad. Significa "Quién como Dios". Satanás tiembla al escuchar su nombre, ya que le recuerda el grito de noble protesta que este arcángel manifestó cuando se rebelaron los ángeles. San Miguel manifestó su fortaleza y poder cuando peleó la gran batalla en el cielo. Por su celo y fidelidad para con Dios gran parte de la corte celestial se mantuvo en fidelidad y obediencia. Su fortaleza inspiró valentía en los demás ángeles quienes se unieron a su grito de nobleza: "¡¿Quién como Dios?!." Desde ese momento se le conoce como el capitán de la milicia de Dios, el primer príncipe de la ciudad santa a quien los demás ángeles obedecen .





Su principal cometido es ser el protector frente a las tentaciones del diablo, que aprovecha cada resquicio para pervertir al alma, el momento más crítico es cuando el ánima está esperando reunirse con Dios, es en ese estado de espera cuando Satanás intenta seducir al espíritu y así lo pueda arrebatar y llevar a su reino. Es cuando más se manifiesta San Miguel y continúa su ministerio angélico en relación a los hombres hasta que nos lleva a través de las puertas celestiales. No solo durante la vida terrenal, San Miguel defiende y protege nuestras almas, el nos asiste de manera especial a la hora de la muerte ya que su oficio es recibir las almas de los elegidos al momento de separarse de su cuerpo.



En la liturgia la Iglesia nos enseña que este arcángel esta puesto para custodiar el paraíso y llevar a el a aquellos que podrán ser recibidos ahí. A la hora de la muerte, se libra una gran batalla, ya que el demonio tiene muy poco tiempo para hacernos caer en tentación, o desesperación, o en falta de reconciliación con Dios. Por eso es que en estos momentos se libra una gran batalla espiritual por nuestras almas. San Miguel, esta al lado del moribundo defendiéndole de las asechanzas del enemigo.





Así pues su invocación no es causal sino oportuna, pues tiene la misión de protector, al igual que el hábito de la Virgen del Carmen o de San Francisco proporcionan gracia en la hora fatídica de separarse el alma de su contenedor físico. Son pues diversos medios de obtener gracia para estar preparado a la hora de la muerte. Ante la perdida de la vida no hay certeza posible, sólo existe la intermediación que los agentes salvíficos, que se consiguen mediante la devoción fervorosa a una o varias advocaciones, pueden proporcionan para llevar a cabo la reconciliación de la persona con el Juez Divino. Y es la Iglesia quien tiene a su disposición los medios para conseguir que esa salvación anhelada sea posible, pues recoge en su seno todo el mundo de santidad que a través de generaciones se ha ido fraguando y que son los intercesores junto a la Virgen María que pueden abogar por el ánima ante Jesucristo Juez.




Desde el punto de vista icnográfico es representado como el ángel guerrero, el conquistador de Lucifer, poniendo su talón sobre la cabeza del enemigo infernal, amenazándole con su espada, traspasándolo con su lanza, o presto para encadenarlo para siempre en el abismo del infierno. La cristiandad desde la Iglesia primitiva venera a San Miguel como el ángel que derrotó a Satanás y sus seguidores y los echó del cielo con su espada de fuego. Es tradicionalmente reconocido como el guardián de los ejércitos cristianos contra los enemigos de la Iglesia y como protector de los cristianos contra los poderes diabólicos, especialmente a la hora de la muerte.

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